Hoy te quiero hablar de un fenómeno que persigue a muchos hiper-triunfadores.

¿Eres hiper-triunfador? ¿Asocias tu valía al lograr objetivos? Si sí, entonces, al igual que a mi, es probable que te secuestre de vez en cuando un sentimiento perverso que se llama el síndrome del impostor.

Resulta que es algo mucho más común de lo que nos imaginamos entre hombres y mujeres muy exitosos. Que en nuestra más oscura intimidad llegamos a sentir que nuestro éxito puede ser algo fortuito, que no merecemos, y que simplemente somos un fraude.

Entonces, para tratar de callar la vocecita adoptamos diferentes mecanismos. Uno es el perfeccionismo. Todo tiene que estar perfecto y tenemos que hacerlo saber a los demás para demostrar nuestra valía. O postergamos, para no tener que enfrentar el cuestionamiento.

En ambos casos uno se está saboteando. Por un lado, estamos dándole alas a nuestra inseguridad para maltratarnos inútilmente y por el otro estamos siendo víctimas de nuestro ego que obstaculiza nuestra capacidad para fincar relaciones humanas más profundas, reales y duraderas.

Tú no tienes que ser perfecto TODO el tiempo, al igual que postergar simplemente no soluciona nada. Y además tú ya no tienes que estarle demostrado nada a nadie. Tus logros hablan por si solos. ¡Eres sensacional!

¿Entonces qué hacer para superar el síndrome del impostor?

Lo primero es aceptar que nosotros los seres humanos no somos perfectos y nunca lo seremos. Y esta bien. La vida es un camino más que un destino.

Luego hay que preguntarnos cuál es la causa raíz de este comportamiento. Y todo apunta a que de niños adoptamos esta idea de que hay que ser perfectos para sobrevivir y ser amados por un padre o una madre muy exigente, u alguna otra figura de autoridad. Y después, ya como adultos, se convirtió inconscientemente en nuestra forma de enfrentar la vida y buscar ser aceptados.

Ha llegado el momento de descansar. El reconocer que eres perfecta, que eres perfecto como eres. Que no tienes que estarte justificando y demostrando tu valía. Con eso no quiero dar a entender que no hay que esforzarse para seguir aprendiendo, creciendo y superándose. Todo lo contrario. La diferencia es que ahora lo harás desde una perspectiva del sabio y no del saboteador.

Resulta que la gente te quiere por quien tú eres. Por tu valores. Por tu entereza. Por tu humanidad.

Entonces, hoy te invito a ser autentica, a ser autentico y permitirte ser vulnerable.

Resulta que al no ser tan rígido con uno mismo la vida fluye mejor. Porque al partir de una postura de mayor sencillez nos convierte en seres humanos más atractivos que construyen lazos afectivos más profundos. Lo cual conduce a mayor éxito, intimidad y felicidad.

Feliz año.