Hoy quiero hablar de cómo las personas que basan su valía en el logro económico, político o social, terminan por minar su verdadera capacidad y felicidad.

Muchos como yo, antes de madurar, creemos que este rasgo obsesivo de personalidad del enfoque al logro es nuestro gran aliado. Juramos que nos motiva y que sin él no podemos lograr lo que nos proponemos.

La verdad es que no es así. La capacidad de logro es una característica sana, natural y necesaria, pero cuando se convierte en el pilar de nuestra identidad nos empieza a sabotear.

Déjame explicar.

El concepto de logro es un principio extrínseco. Esto es, requiere de la validación de otros. Por lo tanto, caemos en la trampa de sentir que nuestra valía depende del reconocimiento y de la aprobación de los demás.

Muchas veces, nace esta nececidad de validación cuando somos niñ@s y añoramos el reconocimiento y cariño de nuestros padres. Más adelante, esta necesidad de reconocimiento nos sigue acompañando, se vuelve social y nos motiva a perseguir puestos ejecutivos o políticos, o relacionados con el deporte o la farándula.

Y toda esta motivación es buena hasta cierto punto. Se torna en contra de nosotros cuando la imagen de perfección externa se convierte en nuestra identidad. Y en ese momento dejamos de ser nosotros mismos y nos convertimos en títeres de una imágen social caricaturesca que fabricamos.

Y para conservarla levantamos muros. No hay que dejar que nadie se acerque demasiado. No vaya a ser que descubren nuestro mas profundo temor; No soy tan perfecto como aparento. No soy tan fuerte, tan inteligente o tan seguro como quiero dar a entender.

¡Basta!

Si tú, como yo, has sufrido del síndrome del éxito, ha llegado el momento de bajar la guardia y mostrarte human@. Déjate querer.

Esta caricatura que tú has adoptado, este ideal de un estereotipo inalcanzable, ya no te sirve. El mundo te quiere a ti y te espera con los brazos abiertos.

No temas, tu gran fuerza no dejará de ser tu gran fuerza. Lo que es más, crecerá, al ser más autentic@.

Al nivel que aprendes a quererte por lo que tú eres; un ser fuerte, bello y sincero, está fuerza se convierte en un imán que atrae hacia ti cada vez mayores oportunidades que resuenan con tu ser más elevado. Te rodearás de amig@s de crecimiento y fincarás relaciones más profundas, bellas y duraderas, que se traducen en negocios mas satisfactorios sanos y trascendentes.

De lo que se trata es  de ser auténtic@s. De relajarte y permitirte ser vulnerable. Porque, al relajarte, adquieres el superpoder de la resilencia. Entonces, disfruta el aprendizaje de ser lo suficientemente humilde para reconocer tus temores y debilidades. Y no unicamente reconocerlos, sino celebrarlos y abrirte para ser complementado por otros que te ayuden a ser aún más exitos@, con menor esfuerzo y mayor felicidad.

En resumen.

La cultura occidental le atribuye un valor excepcional al “éxito”. Desde niños escuchamos dichos como “dime qué tienes y te dire quién eres”, “El fin justifica los medios”. O aún más perverso,  “El que no tranza, no avanza”. Preceptos de la formación de una sociedad que percibe que vivimos en un mundo de escasez en el cuál hay que conformar a una serie de reglas gandallas para salir adelante.

No me entiendas mal, requerimos generar suficiente ingreso por ver por nosotros y nuestros seres queridos. Sin embargo, hay que evitar caer en la trampa del síndrome del éxito, en el cual relacionamos nuestra valía con base a alcanzar las metas que nos impone la sociedad de consumo.

Si tú, como yo, has ligado tu valía al reconocimiento asociado al éxito, ¡para! Asume tu grandeza y deja ir la caricatura.

Del otro lado del muro existe un mundo que te quiere como eres, y añora tu auténtico ser. ¡Déjate querer!