La sociedad moderna está perdida. Vive bajo la ilusión de la continuidad, poniéndonos en una posición de grave vulnerabilidad. La verdad es que toda la historia de la vida en la tierra ha tenido que ver con la evolución y la adaptabilidad al cambio, a menudo en forma de cambio radical y traumático. Y sin embargo, el ser humano, con todo su concepto de superioridad e idea egoísta de dominar la naturaleza, vive con los ojos peligrosamente cerrados.

Hoy quiero hablar de la fragilidad inherente debida a este concepto en las personas, las empresas y las instituciones, y por qué es necesario implementar los principios de la antifragilidad en todas las facetas de la vida. Tomemos, por ejemplo, las caídas en las bolsas de valores, los cambios de regímenes políticos, las erupciones volcánicas, los temblores y los brotes de nuevos virus. En todos los casos, la ilusión de permanencia nos llevó al descalabro. Como dice Nassim Nicholas Taleb en su libro «Antifragilidad: las Cosas que Ganan del Desorden», son los grandes eventos no previstos los que mueven al mundo.

Recientemente, podemos pensar en la caída de la bolsa en 2008, la erupción del volcán en Islandia en 2010, la fiebre aviar en 2009 y el coronavirus en 2019. Y en México, el temblor de 2017 y el cambio del régimen político en 2018. Todos son disruptivos, todos son previsibles, aunque no supimos en qué fecha exacta ocurrirían, pero todos correspondieron al efecto incesante del péndulo de la vida.

Y a un nivel más personal, este mismo principio de ignorancia está detrás de la epidemia de malestar entre la juventud. Yo fui uno de los primeros en reclamar que era injusto que nuestros hijos vivieran peor que nosotros. Yo era parte de ese mundo iluso que pensaba que la continuidad era normal, moral e inevitable. Y gracias a mí y a otros ignorantes, alimentamos la fragilidad en nuestros hijos, haciéndoles sentir que eran privilegiados y que, por alguna razón «mágica», la vida les brindaría las mismas oportunidades que nosotros tuvimos, sin tener que ganárselas.

Hoy estoy aquí para decir que me equivoqué. Hay que desear lo mejor, pero también hay que prepararse para lo inesperado, para los posibles reveses que Taleb llama «Los Cisnes Negros». Entonces, como dice el dicho, «el mejor momento para haber plantado un árbol fue hace 20 años, el segundo mejor momento es hoy». O como decía mi querido Rafael Piccolo, QEPD, exdirector de H.P. México, «there is no free lunch», es decir, nadie nos regala nada; hay que ganárselo a pulso.

Una buena metáfora para visualizar lo que se requiere para una estrategia de antifragilidad son las mancuernas. El peso está repartido equitativamente en ambos lados. Esto significa que hoy debemos esforzarnos y trabajar arduamente para que todo salga bien y nuestros deseos se cumplan. Pero al mismo tiempo, debemos estar preparados para enfrentar un revés con entereza, fuerza y sensatez.

El asunto es que, aunque pongamos todo de nuestra parte, el éxito, desgraciadamente, no está asegurado. Pero si no hacemos nada, el fracaso es inevitable.

Entonces, debemos blindarnos. Primero, en nuestra salud. Disfruta del bienestar del cuerpo y, al mismo tiempo, somételo a un estrés beneficioso para que resista los embates de la edad, un accidente o una enfermedad. Lo mismo se aplica a las empresas y las inversiones. Busca agresivamente el crecimiento y la abundancia, al mismo tiempo que te preparas para un revés inevitable en algún momento imprevisto.

En resumen, concluyo mi reflexión, y como siempre te recuerdo que tú eres grande y que la vida exige tu grandeza.